Algunas consideraciones sobre el Nobel
El jueves pasado anunciaron que el Premio Nobel de Literatura se le entregará a Abdulrazak Gurnah, un novelista tanzano que vive en Reino Unido desde que, a los 18 años, llegó como refugiado.
Lo primero que debo confesar es que no lo he leído ni le conocía. Lo digo sin problema, pues siempre serán más los autores que uno no ha leído que los que conoce. Además, gracias a las posibilidades que ofrecen los libros electrónicos, ya están en mi Kindle un par de sus novelas. Mismas que comenzaré a leer pronto. En ese sentido, la entrega del premio a alguien desconocido para quien esto escribe abre muchas posibilidades.
Sin embargo, es justo en ese ámbito de donde surgen las consideraciones. Cada año es más frecuente encontrar una lista de candidatos al premio. Se publican desde los momios de las casas de apuestas hasta burlas en torno a un autor determinado que sigue sin ganar el Nobel. Es extraño. Como suele suceder, las redes sociales polarizan y, al mismo tiempo, funcionan como estandarte para ciertas posturas.
¿Por qué es importante que un autor que conocemos bien, del que hemos leído buena parte de su obra, que está dentro de nuestros predilectos, gane el Nobel? Ni idea. Quizá sea por una suerte de falsa legitimación al sentir que nuestras valoraciones por tal o cual autor han sido refrendadas por la academia sueca. O tal vez sea por el espíritu de la competencia deportiva que nos embarga cada tanto: como quiero que gane tal, me alegro si pierden los demás. Me parece que, en cierto modo, suele haber más argumentos a favor de algunos autores que en contra de otros. El caso emblemático es Murakami. Las redes se burlan de que no lo gane y hasta hacen memes en los que conjuntan su foto con la playera del Cruz Azul (algo que, por cierto, ha perdido vigencia). Por mucho que busqué, casi no hay nadie que mencione las razones por las que no se lo deberían entregar. Existen publicaciones, en cambio, sobre quiénes sí lo merecen. Éstas ofrecen algún argumento, lo que las vuelve mucho más interesantes.
Al margen de nuestros sentires respecto al Nobel en turno, siempre cabe recordar que es un premio particular. El más famoso de todos, sin duda, por el monto y la tradición. Incluso por la variedad. No es, sin embargo, un premio que parta de parámetros objetivos. Nada con la evaluación de lo literario puede serlo del todo. Además, es sabido que, en más de un siglo, ha respondido a cuestiones políticas, de género y de idioma, entre otras. A eso se le deben sumar las limitaciones de quienes juzgan. Hoy en día es más sencillo acceder a obras de geografías o lenguas lejanas pero no siempre lo fue de esa manera. Así que las limitaciones, restricciones, obsesiones y la incapacidad de evaluar la literariedad de forma cuantitativa privan a la hora de designar al nuevo ganador.
Eso no significa, empero, que no tengamos favoritos. Sólo hay que aceptar que lo son de manera lejana (a menos que los conozcamos) o abstracta (hace demasiado tiempo que no gana un mexicano) o emotiva (el autor de libros para niños que tanto nos entusiasmó en la infancia). Lo raro es que nos comportemos frente al resultado como quien ve perder a un equipo de futbol al que ha apoyado toda la vida. Un equipo de futbol extranjero, para interponer distancia. Mejor idea parece aprovechar la lista de recomendaciones que significan esos premios y echarse un clavado. Por fortuna, nuestra actualidad abre la puerta a conseguir en minutos libros que antes eran imposibles de adquirir.