Abismal
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No hay vuelta de hoja, el País se encamina con paso firme a alcanzar óptimos estándares de desarrollo social. Hay sólidas razones que dan certidumbre a la ciudadanía, para confiar en que se va a reactivar la economía en los próximos meses, empezando a verse más clara la disminución de la pobreza, que es la principal rémora que dejó el pasado. Desde cuando asumió el gobierno, el Presidente López Obrador viene rompiendo sofismas y sentando las bases de un nuevo sistema; sin embargo, los conservadores de todos los signos han mantenido una campaña permanente de infundios, existentes únicamente en la mente de esos detractores.
El común de la ciudadanía tiene clara conciencia de lo que se viene realizando desde el Poder Ejecutivo; las mayorías celebran el cambio en una cantidad de hechos que no pueden desdeñarse, sin recurrir a falsear la realidad.
Hechos que se vienen concretando en el territorio nacional evidencian, sin dejar lugar a dudas, el cambio logrado, sobre todo para los desposeídos, renacer en ellos la esperanza. Para ese sector social el cambio tiene un enorme significado, lo asume como que llegó la hora de su redención escamoteada por largo tiempo; es consciente, además, de los afanes del Presidente de la República por integrarlo al desarrollo con justicia, por sentar las bases jurídicas para que todo mexicano tenga derecho a una vida digna, luchando con denuedo por reducir la brecha de la desigualdad. Eso entraña una cuestión de suma trascendencia.
El pueblo está inmerso en el acontecer sociopolítico y no se equivoca en sus apreciaciones sobre sus gobernantes; pronto sabe valorar si se gobierna con honradez o no, encuentra máculas o aspectos positivos con una objetividad y una certeza en su evaluación que sorprende. Así ha sido a través de los tiempos. Lo que sucedió con los gobernantes del pasado inmediato fueron insensibles al clamor popular y, en muchos casos, hasta intolerantes y autoritarios. La historia está llena de casos en ese sentido, por eso es digno de celebrarse cuando el pueblo cuenta con un gobernante que se preocupa por mandar obedeciendo.
En la actualidad se atienden las demandas más sentidas de los núcleos abandonados, por décadas, a su suerte por los gobiernos pasados, quienes sólo buscaban proteger a las clases acomodadas, ignorando a los más pobres, haciendo como si no existieran. Se puede enfatizar que por fin se les empieza a hacer justicia, tratando de sacarlos de su abismal pobreza (en que se debate la mitad de la población del país); son alcanzables muchos de los objetivos propuesto, porque se cuenta con bases sólidas para su consecución.
El momento histórico que vive el País, por el cambio de rumbo en aspectos fundamentales, sobre todo en la atención a los más oprimidos, a “los de abajo” (como los denominó el extraordinario escritor Mariano Azuela), o “los olvidados” (como los llamó el genial cineasta Luis Buñuel) es un aspecto esencial del proyecto de la cuarta transformación, el cual busca, con políticas bien definidas y programas precisos, consolidar el desarrollo de las distintas regiones del país y beneficiar a todas las capas que han sufrido el peso opresivo de los monopolios y las privatizaciones en el País.
Una cuestión muy importante es que los ciudadanos conciben como una conquista lograda el cambio de régimen, el establecimiento de la democracia. En lo sucesivo serán los ciudadanos quienes libremente elijan a sus representantes en los sindicatos y en todas las instancias del poder político del Estado, con plena limpieza en las elecciones, sin aquellos viejos trucos de la compra de votos o el voto corporativizado, como se estilaba en el viejo régimen de la corrupción.
Han probado, y quizás esa sea la lección histórica más valiosa arrojada por las elecciones federales de 2018, lo que significa hacer valer su sufragio, que ya no puede ser escamoteado o burlado como antes. Y el peso que este voto significa para definir un rumbo democrático más justo en el País.
Por esa sencilla razón, los partidos políticos con trayectorias oscuras, de lesa corrupción en el pasado, la tienen cuesta arriba para convencer a los electores de que ya “son buenos y honrados”, y va a ser difícil que vuelvan a la vida pública.