Una de las carreras políticas más robustas de nuestra época, la de Marcelo Ebrard Casaubón, podría dar un quiebre definitivo esta semana. A sus 64 años de edad, al ex Canciller le quedan sólo siete días para tomar una de las decisiones más importantes de su vida política: romper con Andrés Manuel López Obrador y buscar la candidatura presidencial del partido Movimiento Ciudadano, o aceptar el premio de consolación que aún le reservan en Morena.
El plazo para seguir deshojando la margarita se termina el próximo domingo, 12 de noviembre, pues es el día en el que el partido naranja cierra las inscripciones para participar en su proceso interno para seleccionar a su candidato presidencial.
De optar por ese derrotero, Ebrard competiría en una precampaña -ahora sí formal y legal- en contra del Gobernador de Nuevo León, Samuel García, quien tiene lista su licencia para inscribirse en un proceso que arrancará, conforme a los tiempos del Instituto Nacional Electoral, el próximo 20 de noviembre.
Se ha dicho que Ebrard ha puesto una serie de condiciones a Dante Delgado, coordinador nacional de MC, para ser su abanderado presidencial, entre las que se incluirían candidaturas para integrantes de su equipo; sin embargo, las últimas encuestas no juegan a su favor, pues prácticamente no hace diferencia una candidatura suya, respecto a la de Samuel García, en las preferencias electorales de MC.
Según una encuesta publicada por El Financiero la semana pasada, en un careo con Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, Ebrard obtendría 9 por ciento y Samuel 8 por ciento. Y en la encuesta de Enkoll-El País, en el mismo ejercicio, Ebrard llega al 16 por ciento y Samuel al 15 por ciento de las preferencias brutas, es decir, eliminando indecisos.
A Ebrard se le agota el tiempo, y las encuestas confirman que el final del proceso interno en Morena y la victoria de Claudia Sheinbaum precipitaron su invisibilidad y -muy a su pesar y de sus seguidores- su irrelevancia pública.
En ese escenario, más bien sería él quien tendría que acceder a las condiciones de MC, en caso de que efectivamente quiera estar en la boleta electoral el 2 de junio de 2024.
Fuera del reflector, Ebrard dejó de ser una amenaza para Sheinbaum y Morena. ¿O alguien, además de él, recuerda que la Comisión de Honor y Justicia de Morena aún tiene pendiente resolver en definitiva su impugnación al proceso de elección de la Coordinación de Defensa de la Transformación?
Muchas cosas ocurrieron mientras Ebrard se tomaba un descanso con su familia en Europa, durante el mes de octubre; Sheinbaum emprendió una gira de unidad para sumar los liderazgos locales que apoyaban a otras “corcholatas” y se consolidó como puntera en la carrera presidencial, según todas las encuestas publicadas; Xóchitl Gálvez se replegó para rediseñar su equipo de campaña y se afianzó en el segundo lugar, a casi 20 puntos de distancia, según las mismas encuestas citadas.
El foco se concentró en la batalla interna de Morena en la Ciudad de México, entre Clara Brugada y Omar García Harfuch, y en el resto de candidaturas para los ocho estados que eligen Gubernatura, que serán anunciadas el viernes 10 de noviembre. Se prevé que, ese mismo día, Marcelo Ebrard informe su decisión.
Mientras tanto, un reducido número de diputados ebrardistas crearon un grupo de presión adentro de la bancada de Morena en San Lázaro, amenazando con no aprobar el Paquete Económico para 2024. En días pasados, las legisladoras Selene Ávila, Carol Altamirano, Salma Luévano, Emmanuel Reyes y otros ebrardistas celebraron haber movido un artículo de la Ley de Ingresos, pero a unos cuantos días de que el Presupuesto de Egresos de la Federación se discuta y apruebe en el pleno, dicho grupo se ha desvanecido y ni siquiera ha presentado un proyecto alternativo que, por ejemplo, trate de impedir los recortes al Poder Judicial, al INE y a las participaciones federales.
En paralelo a las negociaciones presupuestales -que sólo involucraron a la Secretaría de Hacienda y a unos cuantos diputados de Morena, para reasignar más de 46 mil millones de pesos del proyecto original que envió el Ejecutivo-, llegó el huracán Otis, destruyó Acapulco y, de paso, descolocó a una de las principales aliadas de Marcelo Ebrard, la alcaldesa Abelina López Rodríguez, una de las pocas ebrardistas con presupuesto, que ahora tiene como prioridad atender la emergencia.
Ante la emergencia, la asociación El Camino de México, fundada por Ebrard en septiembre, después de su derrota en la encuesta de Morena, se ha convertido en centro de acopio para llevar víveres a los damnificados por el huracán. Acción encomiable, sin duda, pero de pocos -muy pocos- efectos políticos.
Hace exactamente 30 años, Marcelo Ebrard era el principal operador de Manuel Camacho Solís, regente del Distrito Federal y número dos en la línea sucesoria del Presidente Carlos Salinas de Gortari.
Ebrard tenía 35 años de edad, pero ya tenía más de 10 en el servicio público: había sido funcionario del Gobierno federal, había participado en la campaña de Salinas en 1988, había sido secretario general del PRI en la capital y Secretario General de Gobierno en el DDF. Era la mano derecha de Camacho cuando el PRI anunció, el 27 de noviembre de 1993, que su candidato a la Presidencia en las elecciones de 1994 sería Luis Donaldo Colosio.
Heridos, Camacho y Ebrard aceptaron irse a la Secretaría de Relaciones Exteriores, luego a Chiapas a negociar la paz con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Vivieron juntos la defenestración política cuando Ernesto Zedillo llegó a la Presidencia; renunciaron al PRI y fundaron el Partido de Centro Democrático, del que Camacho fue candidato presidencial en 2000 y Ebrard candidato a jefe de Gobierno.
Camacho declinó por Vicente Fox y Ebrard por López Obrador, lo que lo convirtió en asesor del nuevo jefe de Gobierno, Secretario de Seguridad Pública, Secretario de Desarrollo Social y Jefe de Gobierno en las elecciones de 2006.
En 2012, Ebrard se hizo a un lado para que López Obrador fuera candidato presidencial del PRD, y aguantó estoicamente la derrota en un dudoso proceso de encuestas que favorecieron a AMLO. En 2015 murió Camacho Solís, mientras Ebrard vivía en una especie de exilio luego de su rompimiento con su sucesor en el gobierno de la Ciudad, Miguel Ángel Mancera. En 2018 regresó para coordinar la campaña de AMLO en el noroeste del país, fue nombrado Secretario de Relaciones Exteriores y, entonces, volvió a soñar con la Presidencia de la República.
Tras esa larga trayectoria, a Ebrard le ha llegado otro momento decisivo. Se la agota el tiempo, está contra las cuerdas, y -sin embargo- su decisión podría incidir en la sucesión presidencial 2024.
Ganar las elecciones con MC, un partido que sólo es competitivo en Jalisco y Nuevo León, es casi imposible, a menos de que la campaña convierta a Ebrard en un fenómeno político inusitado.
Como tercero en discordia podría dividir el voto de los opositores -y detractores de López Obrador-, causando más daño a Xóchitl Gálvez que a Claudia Sheinbaum. Su candidatura, paradójicamente, resultaría favorable a la denominada “cuarta transformación”.
Quedarse en Morena le ganaría los elogios mañaneros del Presidente de la República, un escaño, probablemente la coordinación del partido en el Senado o un cargo relevante en el gabinete de Sheinbaum, pero el sueño que él y Manuel Camacho Solís acariciaron desde 1993 se habrá desvanecido, quizás para siempre.