A la altura del corazón

Rodolfo Díaz Fonseca
23 diciembre 2019

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¿Por qué algunas personas encuentran fuerza para salir adelante de todos sus miedos, angustias y adversidades? ¿En dónde encuentran su sostén y fortaleza? ¿Por qué pueden caer, levantarse y recomenzar de nuevo? ¿Cuál es el invencible motor que las anima?

La respuesta es muy sencilla, aunque la fórmula no es fácil de elaborar. Son personas que tienen un corazón a la altura de las circunstancias y que no se doblegan ni amilanan ante la dificultad.
El jesuita Seve Lázaro escribió un poema titulado A la altura del corazón, en el que explica de dónde obtuvo María su fortaleza para sonreír en la dicha y soportar el calvario:
“A la altura del corazón./ Allí aprendió a vivir María/ después que el ángel la dejó. /Sin saber decir palabra/ sin poder decir que no./ Allí entendió que los silencios hablan/ y que las palabras, a veces, callan/ que vivir no requiere, saber y ganar,/ sino solo aprender a escuchar./ Allí su ser se abrió al misterio,/ entrando en ella lo no esperado./ Ya no hubo rutas ni indicadores/ que al andar le dieran seguridad./ Allí, a la altura del corazón,/ solo la fe le puede al miedo./ El amor, en María, ya no tuvo frenos: /El pesebre, Nazaret, el calvario”.
José Luis Martín Descalzo, en su libro Razones para iluminar la enfermedad, citó las palabras que escribió una niña de 12 años cuando su profesor le pidió que describiera cómo veía el mundo al que los adultos la estamos empujando: “Ahora los cohetes de la humanidad llegan muy alto, pero el corazón de las personas creo que está a la altura de las patas de los escarabajos”.
¿Tengo un corazón a la altura? ¿Me desanima y derrumba cualquier problema y dificultad? ¿Persevero ante la adversidad?

 

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