A escuchar
Ni conjura, ni conspiración. Esas sólo existen en la perversa imaginería para dividir a los mexicanos. El 6 de junio, y a pesar de todas las dificultades, más de 46 millones de mexicanos votaron. Hay instituciones, el INE al centro, hay Oposición. Llegó el momento de acatar y, sobre todo, de escuchar.
Ciudadanos que hace apenas 36 meses dieron su voto por la esperanza de un México sin corrupción y con bríos renovadores, rectificaron. ¿Qué les disgusta? En muy poco tiempo, el poder desnudó un ánimo destructor rallante en la locura, un egocentrismo sin límite, una ceguera administrativa y, sobre todo, una incansable búsqueda de conflictos. México, incrédulo, empezó a tratar de digerir esa animosidad en contra de personas e instituciones, de estereotipos creados para enfrentar. Ese no era el mandato original.
Los incendios provocados viciaron el ambiente. Conservadores, fifís, empresarios ladrones, investigadores flojos, organizaciones sociales que conspiran, burocracias enemigas de la causa. La vengativa espada cercenó todo lo que pudo. El gran argumento, acabar con la corrupción, se desmoronó cuando aparecieron los primeros casos. Hoy queda claro que no son otra dimensión ética, son igual de pillos. En un ambiente enrarecido, de desconfianza, de persecución utilizando los aparatos del estado, la inversión privada empezó a caer y por más esfuerzos empresariales de conciliación básica, respeto a lo pactado, leyes, acuerdos nacionales e internacionales, en poco tiempo quedó clara la intención concentradora: el estado soy yo. El miedo creció. En lugar de matizar el discurso, éste se volvió más agresivo, repleto de amenazas, alejado de la ponderación. El nulo crecimiento del 2019 fue un aviso muy claro de que no se aceptaba la barbarie autoritaria como forma de gobierno.
A tirar dinero, la cancelación del NAICM, proyectos absurdos, desaparición de fondos sin cálculo alguno, a chupar todos los ahorros para congraciarse con sus clientelas. Sin esos fondos que tanto tiempo llevó acumular, las finanzas públicas ya hubieran colapsado. Pero no hay más. Y el fuego provocado por una lengua desaforada, se extendió al abasto de medicinas, a las instancias para auxiliar a la mujer mexicana a incorporarse al aparato productivo y seguir atendiendo el hogar. Los escasos recursos para resguardar su seguridad, también desaparecieron. La marcha destructiva no atendió señalamiento alguno. Cero sensibilidad.
En esas estábamos cuando se nos vino encima la pandemia que las autoridades trataron de ignorar. Perdimos un tiempo valiosísimo para encarar la maldición con seriedad y atendiendo a la ciencia. Cuántos mexicanos se hubieran podido salvar de haber procedido con profesionalismo. Al duro aviso económico del 2019, se sumó el quebranto provocado por el virus. Y de nuevo, la soberbia autoridad, en lugar de observar cómo se atendía la brutal sacudida económica en otras latitudes, con apoyos a las empresas y al empleo, en México se decidió ir por la caída libre. Y así nos fue. Regresar al PIB per cápita del 2018 nos llevará años. Desempleo galopante, informalidad creciente, desconfianza, pero para ellos las críticas son conspiración.
Invitar a Evo Morales, guardar silencio sepulcral sobre atrocidades como las que están ocurriendo en Nicaragua, la militarización a diestra y siniestra, ratificaron el temor: estamos ante la construcción de una tiranía. Los ataques al Judicial, las amenazas de reformas constitucionales improcedentes para crear la “nueva República”, las agresiones a la sociedad civil, a los organismos constitucionales autónomos, al INE reiteradamente, a todos los nuevos contrapesos, fueron los trazos definitivos del retrato. La perversa concentración de poder, el despilfarro, la insensibilidad sacudieron a muchos. No les sirvió.
Llegó el voto. México salió ganando. Hay instituciones sólidas, el INE como campeón, pluralismo y creciente oposición. A escuchar y rectificar, de lo contrario...