2018, ¿el último acto de los partidos?
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@arnoldocuellaro
Nadie se reconoce en ellos, ni siquiera muchos de los que formaban parte de sus filas desde hace décadas. Los partidos políticos, tal y como los hemos conocido en el último medio siglo, se están evaporando, algo que no parece una mala noticia, salvo por el hecho de que no parece haber nada en el horizonte que venga en su reemplazo.
Hace tiempo que el matiz ideológico se había desdibujado, pero llegar al extremo de alianzas pragmáticas donde las declaraciones de principios de los partidos se vuelven confeti para festejar la conquista del poder por los beneficios que de él se derivan, ha terminado por liquidar al defectuoso sistema política bajo el que navegó el país después de que murió de muerte natural el viejo partido “prácticamente único”.
Hoy los trasvases de cuadros partidistas, sin importar antigüedades ni jerarquías, ocurre en todas direcciones. La temporada preelectoral y la de intercampañas parecen el draft futbolero mexicano, sin el “pacto de caballeros” de los magnates de los clubes.
No hay dirigencias partidistas con la calidad moral para solucionar una disputa entre aspirantes, que no termine en una defección y un tránsito a otro partido. Ellos ocurre en buena medida porque los mismos dirigentes están en medio de la disputa, peleando candidaturas o arrebatándolas desde el nivel federal hasta el municipio más modesto.
Los partidos políticos ya cargaban tras de sí un fuerte desprestigio, el mismo que los hizo correr en una ridícula competencia para donar recursos a los damnificados de los sismos, gesto que por cierto ni siquiera ha quedado suficientemente claro, después de ser lapidados por una reacción popular de indignación.
Por si algo faltara, se trata de partidos ricos, que viven a expensas del erario público sosteniendo a costosas burocracias cuyos miembros se exhiben en los mejores restaurantes, se hospedan en lujosos hoteles y viajan en primera clase.
Hoy, esos integrantes de una élite cuestionada por los sectores más activos de la ciudadanía, se sostienen solo gracias al acarreo a las urnas de los mexicanos de situación más precaria, precisamente víctimas de las políticas excluyentes apoyadas por esa clase política, sin distingo de ideologías.
Esos partidos se han atrincherado en los Congresos que dominan para mantener y perfeccionar las leyes que excluyen a los ciudadanos de la política y que mantienen el cerco sobre otro tipo de opciones organizativas y sobre los candidatos independientes.
Hasta ahora el numerito se había sostenido, pero lo que estamos viendo con el retroceso de la democracia en todos los partidos, los dedazos injustificados, el ignominioso manoseo de candidaturas, la ausencia de liderazgos, el papel servil de los órganos de deliberación interna, la intromisión de los gobernantes y el insulso y grosero tráfico de candidatos y de lealtades, solo nos deja una sensación: los partidos no han sabido estar a la altura de su propia crisis.
Si quedara un ápice de inteligencia y de decoro, deberían autodisolverse, antes de que nos veamos en la necesidad de sacarlos del escenario como a los malos cómicos: a mentadas y jitomatazos.