10 historias

Pablo Ayala Enríquez
13 junio 2020

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pabloayala2070@gmail.com

Todas las historias que aquí se narran son ciertas. Se modificaron algunos detalles en el ánimo de respetar la memoria y dignidad de las personas que protagonizan cada uno de los relatos.

María
Con 84 años reingresó al hospital para continuar con el tratamiento de cáncer de colon que había comenzado dos años atrás. Sus más de 30 años como enfermera en el área de ginecología, hacían del hospital su segunda casa. Afortunadamente la operación se llevó a cabo sin contratiempos, imponiéndose la pericia médica y fortaleza de María. Sin embargo, lo delicado de la cirugía y la edad de la partera del pueblo hizo que los médicos decidieran dejarla durante dos días en terapia intermedia. Ahí una de sus hijas la acompañó unas cuantas horas siguiendo muchísimas restricciones. Al tercer día de la operación, el departamento de Trabajo Social del hospital hizo una llamada a casa de María para informar que las cosas estaban complicándose. María había dado positivo al coronavirus. Ninguno de sus familiares cercanos, ni la mitad del pueblo que había sido atendido por María, pudieron acompañarla en su funeral.

Víctor
Acababa de cumplir los 27 años cuando salió exiliado de Cuba. Los últimos 60 años los había pasado en Francia, aunque pasaba temporadas cortas en otros países europeos haciendo lo que le gustaba: escribir. Su carrera como editor fue prolífica. Fundó tres casas editoriales haciendo que promesas literarias tuvieran una oportunidad para dar a conocer su obra. Aunque se había prometido a sí mismo no regresar a Cuba, la nostalgia del paso de los años entreverada con las advertencias de los peligros del inicio de la pandemia, le hicieron comprar un boleto de avión rumbo al Caribe. Ninguno de sus amigos en Francia lo volvieron a ver. Solo supieron que había muerto en un hospital público por una repentina enfermedad en los pulmones.

Philliph y Anthony
Después de conocerse en la casa de un amigo común, esperaron cuatro años para que un juez los declarara legalmente casados. Con 42 años, Philliph era un veterano de guerra retirado y Anthony, de 52, continuaba como funcionario público del ayuntamiento. Ninguno supo cómo contrajo el virus, pero tenían la certeza que su juventud y hábitos deportivos les devolverían la salud muy pronto. Dos días antes de fallecer, por casualidad, ocuparon camas contiguas en un hospital público de una ciudad estadounidense. Fue ahí donde pudieron darse el último adiós.

José
Pepito para los muy allegados, estaba acostumbrado a recibir llamadas telefónicas durante la madrugada. Su puesto como coordinador de cuadrillas de emergencias nocturnas, había desarrollado en él la capacidad para dormir como las jirafas: tres o cuatro minutos de pie, le bastaban para recuperar la energía y trabajar 48 horas continuas hasta reparar la fuga. Esa noche la llamada fue en su día de descanso; su esposa le pidió que no fuera, pero él reviró con una respuesta difícil de desmontar: “Gorda, la gente está sin agua; no me siento bien quedándome en casa. Todos los de esa zona están muy amolados. No te preocupes, me sé cuidar”. Pasaron dos días para que comenzara la fiebre, el dolor de garganta y espalda. Al tercero fue ingresado directamente a la zona Covid. El hijo que vivía fuera de la ciudad fue el que recogió el cuerpo de su padre, porque el resto de la familia estaba confinada en casa.

Pedro y Susana
“Ya está todo pagado, y no vamos a perder ese dinero. Aparte, siendo en París, estarás de acuerdo que esta es la luna de miel, no cualquier luna de miel”. Por París que fuera, lo que era de su interés estuvo cerrado. La pareja deambuló por calles desoladas. Regresaron con una sensación agridulce, y la firme promesa de regresar. Pedro y Susana resultaron asintomáticos, no así la mamá de él, quien después de recibirles en casa, contrajo el virus importado de Europa. Esa fue la última vez que la pareja platicó con aquella mujer que hacía un par de meses festejó los 65 años.

Efrén y Beatriz
Hacía tiempo había sentido un malestar en la próstata. El desdén de no querer atender el asunto derivó en una temperatura de 39 grados que lo fastidió durante tres días. La ansiedad de la familia se disparó cuando el médico dijo que era necesario hacerle unos estudios en el hospital. Temperatura, palpitaciones y cierto ronquido al respirar sirvieron como evidencia para que un residente que atendía el área de emergencia enviara a Efrén a la zona Covid. Por más que éste alegó que su mal era otro, no pudo convencerles. La noticia provocó un ataque de asma en Beatriz quien, al igual que su esposo, fue a parar a la zona Covid de mujeres. Al tercer día de haber sido internados, los médicos corroboraron que el problema de Efrén y Beatriz era otro. Hoy siguen su recuperación en casa.

Miguelillo
Universitario, deportista aficionado y con un espíritu festivo a toda prueba, es como identifica a Miguelillo su banda de amigos. La noche del viernes el ánimo del grupo se congeló a mitad de reunión, cuando Miguelillo, de manera extraña, hizo uso de la palabra: “sé que el sábado pasado me tocaba traer la botana, y les quedé mal. No pude venir porque mi hermano dio positivo al coronavirus; no se asusten, todo está bien, ahí la lleva, está más morro y fuerte que yo. Seguro que yo soy asintomático porque, la neta, no me duele nada, ni siento nada... así que por mi carnal y por la vida, ¡salud!”.

Luisa
Nunca pensó que sus 15 años los celebraría con una marcha de coches pitando y haciendo escándalo frente a su puerta. Carteles, risas, felicitaciones y besos al aire iban de un lado a otro. Nadie se tocó entre sí, excepto un par de amigas que no resistieron el tiempo transcurrido bajando en la esquina para darse un “abrazo rapidito”. Hoy una de ellas presenta el cuadro con los síntomas del contagio. La otra amiga continúa a la espera.

Edna
Pocos se atreverían a pensar que Edna tiene 50 años. Su vitalidad y salud le hacen aparentar unos 35. “Me cuido para vivir otros 50 y, ya con 100, parecer de 50; ¡así que todo mundo a lavarse las manos, quitarse los zapatos y la ropa a la entrada de la casa!”. Nunca supo dónde se contagió. Su única certeza es que se sentía morir al pensar que a los 70 años su madre podría estar contagiada. Edna está terminando su cuarentena y su madre, por el momento, no ha mostrado ningún síntoma.

La décima historia puede ser la tuya. En buena medida, de ti depende lo que en ella se escriba.