Rigo Lewis. Creador de sueños
"Rigoberto Lewis hizo realidad los sueños de oropel de los mazatlecos a lo largo de 54 años"
MAZATLÁN._ Rigoberto Lewis nació con el talento, con la sensibilidad, su padre profesionista siempre lo impulsó a estudiar una carrera profesional tradicional, pero su instinto y su peculiar manera de percibir el mundo lo llevaron a refugiarse en el mundo del arte, al que lo acercaban las clases de la Nana Ramírez en la preparatoria Pro Cultura Regional.
Ella descubrió en Rigoberto Lewis adolescente la misma chispa de artista que hizo impulsar la vocación de pintor de Antonio López Saénz; la Nana Ramírez fue un oasis para esos jóvenes que no encontraban eco para sus inquietudes creativas en el puerto, la escultura subyugaba al joven Rigoberto.
Su admiración por los creadores de las alegorías rodantes de los años 30 y 40 lo hacían soñar desde niño con mundos lejanos, con el boato de las cortes; las diosas de la mitología griega y romana, palacios y templos de culturas antiguas representados en las alegorías lo llevaron a investigar en libros, a descubrir representaciones, dibujos y fotografías que fueron alimentando su imaginación y sus aspiraciones de convertir en realidad todos esos mundos.
Su primera oportunidad la buscó en los años 50. La preparatoria de Pro Cultura Mazatlán reunía en los años 40 y 50 del siglo pasado a la juventud dorada y pujante del puerto, ahí se forjaron los profesionistas: artistas, médicos, administradores, abogados y políticos que le dieron lustre a Mazatlán en las siguientes décadas.
Rigoberto en ese momento no sabía de qué manera le iba a aportar a Mazatlán, y lo hizo en uno de los ámbitos más importantes para una comunidad, ayudó a consolidar la potente identidad de los patasaladas, aumentó con su arte lo que han llamado en los últimos años 'el gran orgullo de ser de Mazatlán', parafraseando una canción de José Alfredo Jiménez.
El Carnaval ya era un símbolo de identidad para los mazatlecos en la década de los 50. Rigo potencializó con sus fantasías de oropel la pertenencia, el orgullo de los porteños por su terruño.
En su casa hizo sus pininos, su primera oportunidad de mostrar su talento la tuvo a finales de los años 50; durante las celebraciones de la Preparatoria realizó una representación de la leyenda del Iztacíhuatl, una alegoría que representaba el volcán cuya silueta adorna el Valle de México, iba coronada con la figura de una de sus compañeras de clases en los brazos de un atlético alumno de la escuela.
El comité del Carnaval, que en los 50 estuvo a cargo de Leopoldo Reyes Ruiz, mejor conocido como Pepe Grillo, le encargó algunos carros alegóricos en los siguientes años. Él seguía cursando la prepa, eran tiempos de estudio con regresos a menudo al puerto. Para darle gusto a sus padres se inscribió en la Licenciatura de Odontología en la UNAM.
En una entrevista compartió que cuando llegaba los tiempos de Carnaval, su mundo se trastocaba, pedía permiso a los maestros para poder venir a Mazatlán y realizar un par de alegorías, muchas de ellas financiadas por su familia; perdió muchas clases, tuvo que hacer exámenes extraordinarios, pero no se perdió ningún Carnaval.
Por fin, antes de irse a estudiar a la Ciudad de México y gracias a los avances que se evidenciaban en sus realizaciones, le confiaron la fabricación de la carroza de la Reina del Carnaval de 1960.
La hizo para Lupita Rosete. Sobre el cuerpo de un cisne construido en razo rosa, la representante de la belleza de la mujer mazatleca saludó a su pueblo, fue un éxito. La sofisticación del concepto de Rigoberto se adecuaba a las aspiraciones porteñas de proponer un Carnaval con influencia europea, que siempre tuvo como sello la fiesta del Rey Momo en esta zona del Oceáno Pacífico Norte.
La abundancia de recursos que trajo la pesca y la hotelería en los años 60 del Siglo 20 cambiaron la cara austera del Carnaval y Leopoldo Reyes Ruiz se esforzó por darle un cariz internacional; el éxito de Carnaval del Corcholatazo en 1961 y 1962 llevó a la fiesta a niveles populares nunca antes vistos.
Los sueños y fantasías de Rigoberto encontraron terreno fértil y se empezaron a desarrollar como la espuma, el oropel cubrió sus diseños, las cortes reales de la vieja Europa se aposentaron en el Carnaval para inspirarlo, María Antonieta de Francia, Catalina la Grande, Cleopatra, La Reina de Saba, Isabel de Inglaterra, Aida, María Teresa de Austria, Teodora de Bizancio se aposentaron en los cuerpos de las más bellas jóvenes de la sociedad porteña.
Cuando llegaron los carnavales de Héctor Díaz, en la década de los 60, la mancuerna que decidía el tema del Carnaval, los motivos de las carrozas reales y el vestuario eran Rigoberto Lewis y Héctor Díaz.
La carrozas crecieron en longitud; de siete metros se agrandaron a ocho, nueve, 10, han llegado a medir 14 metros en los últimos 20 años.
En los 60, la corona que adornó la carroza de Laura Fárber llegó a una altura de más de ocho metros. En los 90 las carrrozas crecieron, cada año el pueblo esperaba deslumbrarse con el desafío a las alturas que hacía Rigoberto, el sol de la carroza de Abris Iliana en 1996 superó los 14 metros, el Ángel del Centenario del Carnaval en 1998 casi llegó a los 17 metros.
Las plumas de avestruz que formaban abanicos en la carroza de la Reina de Saba Adriana Ramírez en el 2003 estaban en la estratósfera.
Rigoberto sentía pavor de subirse a un avión, sus viajes siempre fueron por carretera y cuando había tren también los disfrutó, nunca lo pudieron convencer de que tomara medicamentos para soportar el estrés de viajar en aeroplano, esa fue la razón principal por la que nunca se trasladó a Europa.
Sin embargo conocía cada castillo, sabía la distribución del Palacio de Versalles, conocía los más bellos palacios de Venecia, podía descifrar las habitaciones del Belvedere, la casa real de los Habsburgo en Viena, conocía los salones de baile en los que presidía Catalina la Grande en el Palacio de Invierno de los zares de Rusia, viajó a todos esos lugares con la imaginación, gracias a los libros y las fotografías de cada uno de esos espacios.
Lo mejor es que utilizó todas esas imágenes añoradas en cada una de sus alegorías y con eso alimentó la educación visual de los mazatlecos, que conocieron la esfinge de Egipto gracias a la carroza real de María Teresa Bastidas que reinó en 1974, año en que la Reina del Carnaval fue Cleopatra.
Rigoberto se inspiró en los triunfos organizados en el Renacimiento por los artistas más talentosos del Siglo 16 en Italia, que realizaban alegorías para los príncipes y monarcas que ingresaban enchidos de éxito a las ciudades sobre carrozas, vestidos como dioses griegos en carruajes dorados tallados en madera jalados por briosos corceles. Rigo retomó ese concepto para sus alegorías reales.
Imágenes inolvidables regaló al pueblo de Mazatlán la carroza tapizada de candiles que representaba el salón de los espejos del Palacio de Versalles en la carroza de María de los Ángeles Torres en 1977, el carruaje medieval jalado por dragones de Libia Zulema López Montemayor de 1970; el dominio del mundo de Napoleón, que representó Pamela Farriols, iba jalado por caballos blancos montados por mariscales del emperador francés en el año 2000.
Los mazatlecos supieron de los estilos gótico, barroco, neoclásico y de la arquitectura y los monumentos de las culturas antiguas: China, Mesopotamia, Grecia, Roma, Fenicia, India, Persia, de los reinos utópicos de Atlántida y Camelot, de los musicales de Broadway, las óperas; las leyendas del mundo se materializaron en papel maché gracias a la imaginación y las manos del artista mazatleco que hizo soñar a todo un pueblo en los desfiles de 54 carnavales.