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"COLUMNA"

"Expresiones de la Ciudad: Un estilo con argüende de mercado"

"E autor habla sobre el poder de las palabras"
La ruta del paladar
16/01/2017

Que sí. Que son las palabras las que coronan el instante. Son ellas las que dan la puntilla. Y esto no sale de mí. Son versos de un poema de Rosa María Peraza, que yo escuché por primera vez hace ya muchos años, en un espectáculo de canto y poesía donde participaban la propia Rosa María y el cantante Pedro Calderón. Cuando ella decía el poema, él cantaba aquello de a dónde van las palabras de todos los días, creo que de Silvio Rodríguez.

El poder de las palabras siempre me ha fascinado. Y se me hace que la frase se parece al título de un ensayo del novelista Gabriel García Márquez. Allí cuenta el escritor que una vez, andando por la vida, fue testigo de cuando un chaval iba en bicicleta por la calle y estuvo a punto de morir por atropellamiento. El de las dos ruedas fue salvado gracias a un grito: ¡cuidado! Justo en ese instante, dilucidó el colombiano, pudo descubrir el imperioso poder de las palabras.

Fíjese, oiga, que a mí las palabras y las frases acabadas me llevan a la alucinación. Las acaricio a diario, analizo sus contenidos. Hubo un tiempo en que era tal el absorto, que llegué a pensar con todo y comas. Aquí debe llevar una, me decía. Ah, mejor no. Si la pusiera la coma aquí, tal vez la oración se componga y entienda mucho mejor. Y así.

Pero lo más definitivo fue captar la riqueza del habla popular universal. Y en particular, el maravilloso mundo del lenguaje sinaloense. En los tiempos de la academia, sobre todo cuando me tocó escribir la tesis de maestría, me pesaba hasta el infinito que me fuera prácticamente imposible usar el habla común de la gente, el modo como usted, el vecino y cualquiera a la redonda dice las cosas. Tal como hablamos en los círculos de confianza. Nombrar las situaciones con apego a la cultura de todos.

Incluso quiero decir, y digo, que esto del refranero popular, que esto de las expresiones comunes que ahora utilizo de seguido en mis colaboraciones, no me las fleté desde los primeros días del periodismo. Para nada. Yo mismo me sorprendo del modo que escribí las primeras columnas, que ahora veo tiesas, rebuscadas, palabras sin alma, sin el sentimiento de mi gente, sin el calor de la calle, de la plaza. Líneas bien escritas. Pero sin corazón.

Yo no soy poeta. En alguna etapa fui ensayista. Y digo que soy académico por formación. Pero si se trata de darle a la tecla con el intento de que alguien capte el sentido de lo escrito, entonces al diablo con los títulos. No escribo en particular para investigadores. Ni para científicos. Ni para los non plus ultra de la socialité. Tampoco lo hago para el vecino. O para la doña del mercado. Intento hacerlo para todos. Y eso no es cosa sencilla.

De allí que me he agarrado del habla popular, porque de este modo cualquiera puede entender lo que uno dice. Nada de escribir de tal modo porque la cosa debe tener mucho nivel, Maribel. Qué flojera. Me gusta la enjundia, el modo como si yo dijera lo que digo a lo cerquita, como al oído, o como si estuviéramos frente a una taza de café y hablamos de la vida. Cuando uno expresa auténticos sentimientos, no anda diciendo fíjate que me dio un infarto entre la diástole y la sístole, sino que me dio un pinche ataque que casi me lleva el carajo. O algo así.

Por eso siempre me causa gracia cuando algún cercano, o cualquiera, me reclaman la composición de mis escritos. Que yo ya fui, dicen. Que tú eres culto. Que la maestría y la madre que la parió. Y pues yo suelto la carcajada, juas, juas, juas. Como si escribir sencillo y con alma fuera cosa fácil, como si debieran ningunearse las expresiones de mi gente. Y además, para que les quede claro, la lengua la hacen los hablantes. Son ellos los dueños del habla, los que deciden, en tiempo y espacio, que palabra se suma a la vida y a cuál hay que decirle besos, bye, ahí la vemos. Y vaya que con esto sí me vi académico, porque el asunto se lo leí a Antonio Alatotorre, en su libro Los 1001 años de la lengua española.

Pues que me perdone todo aquel que menosprecie el sentido popular de mis ajetreos semanales, de mis ajustes de cuenta con la vida que yo publico en este rotativo. Y si no me perdonan, pues me importa un huevo de pato. Da igual. Azul y buenas noches. Estilo y personalidad, juntos. Así me gusta. Que así sea, digo: con argüende de mercado, como si usted anduviera por los pasillos del Garmendia, o por las banquetas de la ciudad. Orden de Dios. Y punto.

Comentarios: expresionesdelaciudad@hotmail.com



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