|
"COLUMNA"

"EL OCTAVO DÍA: ¿Qué vamos a comer con Trump?"

""Querámoslo o no, este año se abre un nuevo capítulo de nuestras identidades""
EL OCTAVO DÍA

A pesar de que Trump amenaza con clausurar el Tratado de Libre Comercio, los mexicanos y los sinaloenses hemos crecido y cambiado con esa condición de los valores y la economía.

La modernidad líquida nos hizo una generación bisagra. Dijera Monsiváis, somos los primeros gringos nacidos en Mexico, aunque él se refería a los niños de los 60 que veían caricaturas gringas y preguntaban a sus padres, muy preocupados, en que parte del zócalo estaba La Campana de la Libertad.

Nuestros gustos, costumbres y referencias, han cambiando más en los últimos 20 años que en las tres décadas anteriores.

Durante este periodo aumentó el tránsito de sinaloenses hacia Estados Unidos, lo mismo por motivos turísticos que por motivos económicos.

El mismo trámite de la visa se volvió más accesible, aunque nos quitaron el cómodo consulado gringo aquí en Mazatlán.

Antes, si usted quería dilapidar su fortuna en un casino, tenía que tomar un vuelo, gastar hotel y eso ya al menos, por unos momentos, nos daba cuenta de las magnitudes de su aventura.

Hoy, solo tiene que agarrar el Malecón.

La cultural gastronómica ha sido la más vapuleada por la caída de los aranceles y aduanas. Nos cayó una invasión inmisericorde de palomitas de maíz de microondas que llenó los sofás de inmóviles televidentes, pero a la par florecieron los esquites y elotitos por todo el estado, bañados además con las más inesperadas combinaciones.

Ahora hay adultos que en su infancia reciente gozaron de sopas instantáneas, envasadas en vasos Unicel, que en el pasado solamente se podían conseguir en un viaje a Disneylandia o a La Paz.

Los sinaloenses cambiamos de las maneras más inesperadas. Por ejemplo, esa bebida llamada “clamato", que antes no era muy común, ahora se amarida a las cervezas y ceviches con una carta de naturalización que pocos saben que es reciente.

El mismo nombre es un anglicismo, “Clam - Tomato”. A nadie se le ocurriría decirle “almejate” o “almejato”.

No hay traducción o migración que no ocupe un gimnasio mental. La invasión de los dulces gringos alejó por un tiempo a nuestras morelianas, borrachitos y cajetas de Celaya de muchos puntos de venta.

Antes era muy despreciadas esas golosinas, hoy se considerará buen gusto darle el toque mexicano a cada mesa.

Recuerdo haber ido de niño a una piñata en Hermosillo donde los niños tiraron los Tommys y los Ricobesos al piso porque allá era de rigor que fueran dulces gringos los de las fiestas, salvo exponerse a una censura pública por tacaños.

Ahora el miedo es que ya no veamos esos productos a los que las generaciones se han habituado más allá de lo deseable.

Hay cosas que no se detienen. En la época de López Portillo hubo una campaña a nivel nacional para desterrar la palabra “okey” de nuestra habla. Los resultados, pues están a la vista.

Incluso uno decía “yes” solo cuando respondía a una pregunta incómoda. “¿No le pagaste el dinero a tu mamá?”… “Yes”, contestaba uno, como si el término extranjero difuminara la culpa o la infamia ante el inquisidor.

Querámoslo o no, este año se abre un nuevo capítulo de nuestras identidades. Reciclemos los chistes de la cuesta de enero y pan con lo mismo, pero empecemos a crear mecanismos ciudadanos para que nuestra vida no sea MÁS DE LO MISMO.

Periodismo ético, profesional y útil para ti.

Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.


Suscríbete
Regístrate para leer nuestro artículo
Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


¡Regístrate gratis!