|
"Opinión"

"Poder y servicio"

""
14/01/2017

    Joel Díaz Fonseca

    En la ceremonia de inauguración de su pontificado, el 19 de marzo de 2013, el Papa Francisco hizo una clara diferenciación de poder y servicio.
     
    El verdadero poder es el servicio. Es, precisó, abrir los brazos para custodiar y acoger con afecto y ternura a todos, especialmente a los más pobres, a los más débiles, a los más pequeños.
     
    Para no dejar ninguna duda se remitió al evangelio de Mateo, en el que se señala que en el día del juicio final Dios recibirá en su reino a quienes dieron de comer al hambriento y de beber al sediento; a quienes acogieron al forastero, dieron vestido al desnudo, consolaron al enfermo y visitaron al que estaba preso.
     
    “Cuidemos los unos a los otros... que no haya odio, que no haya pelea, dejen de lado la envidia, no critiquen a nadie. Dialoguen. Que entre ustedes se viva el deseo de cuidarse”.
     
    Y llamó a los gobernantes y a los líderes en materia política, económica o social, a ser custodios de la creación: de las personas más débiles y del medio ambiente, recordando “que el odio, la envidia y la soberbia ensucian la vida”.
     
    Para eso es y para eso debe usarse el poder, para servir. Lamentablemente la mayoría de quienes asumen posiciones de poder se transforman no solo en depredadores de bienes, sino de conciencias, al pretender que todos piensen como ellos y al perseguir y atropellar a quienes disienten de su forma de pensar y de usufructuar el poder.
     
    El domingo pasado, durante la entrega de los Globos de oro, la actriz Meryl Streep les enmendó la plana a quienes abusan de su posición de poder.
     
    “Cuando alguien desde la plataforma pública, alguien poderoso, humilla a otros o permite que otros los humillen, su forma de proceder se filtra dentro de la vida de todo mundo... como que da permiso para que otra gente haga lo mismo”.
     
    “La falta de respeto invita a la falta de respeto. La violencia incita a más violencia. Cuando los poderosos usan su posición para abusar de otros, todos perdemos...”, manifestó la laureada actriz.
     
    Inspiradoras palabras, sin duda. Son parte del discurso que pronunció al recibir el premio Cecil B. DeMille en reconocimiento a su trayectoria artística, que incluye ocho Globos de oro y tres premios Oscar (Kramer Vs. Kramer, La decisión de Sofía y La dama de hierro), además de haber sido nominada en al menos 19 ocasiones más a este codiciado galardón por cintas como La mujer del teniente francés, The deer hunter, Silkwood, Out of Africa, Un llanto en la oscuridad, Postcard from the edge, Los puentes de Mádison, The devil wears y La duda, entre otras.
     
    ¿Es Meryl Streep una actriz sobrevalorada, como refunfuñó el Presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump?
     
    Para nada. Hemos disfrutado de momentos inolvidables con sus interpretaciones en la pantalla grande, en las que ha demostrado su temple y su entereza, su indiscutible calidad artística y humana.
     
    Que la señora Streep, como millones de estadounidenses más, haya apoyado la candidatura de Hilary Clinton no es razón para que el Presidente electo de Estados Unidos arremeta en su contra, como lo ha hecho contra muchos otros que lo criticaron y cuestionaron durante su campaña.
     
    En todo el orbe los ganadores de una contienda electoral inician sus respectivos mandatos llamando a la unidad. Donald Trump, en cambio, está haciendo todo lo contrario al atacar a todos los que no lo apoyaron en la contienda.
     
    Pero seamos claros. Trump está siendo congruente con su forma de pensar y de actuar. El Presidente electo de Estados Unidos está haciendo lo que ha hecho toda su vida. Su misoginia, su racismo, su antidemocracia y su intolerancia no son de ahora. Hoy, ya electo Presidente, sigue al pie de la letra su script.
     
    Nadie, ni siquiera el partido Republicano que lo postuló como candidato a la presidencia de su país, puede decir que no lo conocía. ¿Era tan grande su deseo de recuperar la presidencia que no le importó al partido postular a una persona como Donald Trump, quien no cesa de lanzar por doquier amenazas y de proferir burlas hirientes contra muchos de quienes no lo apoyaron en su campaña?
     
    ¿Tan grande era el ansia de dicho partido de recuperar el poder, que no le importa que su abanderado pisotee lo que mandata la Primera enmienda a la constitución de su país al amenazar y descalificar a la prensa y censurar a todo el que critique sus abusos y sus excesos?
     
    ¿Dónde, pues, el espíritu de los constituyentes, James Madison entre ellos, que le dieron a Estados Unidos una constitución que ha sido ejemplo en todo el orbe por tutelar de manera muy clara y enérgica los derechos civiles?
     
    Las palabras del Papa Francisco, al advertir que “el odio, la envidia y la soberbia ensucian la vida”, deben estar resonando fuerte en los oídos de todos quienes aprueban (o fingen no darse cuenta) el discurso agresivo y antidemocrático del Presidente electo.
     

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!