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"Opinión"

"Mamá, ¿por qué esos son pobres?  "

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    A Luis Rojas
     
     
     
    María Fernanda y Gabriela:
    “Mamá, ya sabes que no me gusta venir a este centro comercial. Me choca”.
    – A mí también me choca, y no me estoy quejando como tú; aguántate un ratito María Fernanda.
    “Pues me choca, y si no salimos rápido de aquí me voy a poner de genio, te lo advierto”.
    – Ponte como quieras Marifer; ¿a poco crees que yo estoy muy feliz? ¿Yo qué culpa tengo de que los imbéciles de la tienda me hayan mandado las cremas aquí? Por favor, tranquilízate porque ya me estás enfadando y poniendo muy nerviosa.
    “No-es-justo-no-es-justo; siempre soy yo la que tengo que acompañarte a todas estas cosas”.
    – ¿Y qué querías? ¿Qué le pidiera a tu papá que me acompañara a recoger las cremas? Seguramente va a tener ganas y tiempo de venir conmigo a recogerlas. Vine porque Juan me pidió permiso para no ir a trabajar este día.
    “Pues qué padre tu chofer mamá; nunca está para cuando una lo necesita...”
    – No inventes María Fernanda, Juan casi nunca falta; más bien es tu papá el que me lo roba a cada rato. Échale la culpa a él; cuando lo veas le dices. No se te olvide, eh. Ya te quiero ver...
    “Pues que se contrate uno para él solo, ¿no? Que casualidad que cuando necesitamos a Juan no está...”
    – María Fernanda, ¿te puedes callar por favor? Me tienes mareada con tanta queja. Ah, por cierto, aprovechando que estamos tan cerca de tanta cosa, vamos a comer por aquí. ¡Ya sé, vamos a la placita de la comida!, así nos desocupamos rápido; creo que está en el tercer piso...
    “¡Claro que noooooo, mámá! No, no y no. No voy a comer aquí. Ene o. Todo está asqueroso. Guácala mil. Guácala. Asco. Asco la comida china, asco las fritangas mexicanas, asco la piza sebosa, asco las ensaladas de bolsita con aderezo ranch, asco el Mac Donald’s, asco las gorditas, ascooooo todo. Yo no como aquí. Come tú.”
    – Pues no comas María Fernanda. Muérete de hambre. No te voy a rogar. Listo. Fin de la historia. Ve y siéntate en cualquiera de esas tres mesas que están desocupadas justo frente a los ventanales. Apúrate antes de que te las ganen, ya ves que a esta hora se llena la placita.
    “Encima de que tengo que oler el montón de aromas asquerosos, tengo que ser la ‘apartadora’ de mesa. No sé mamá cómo no te da asco comer aquí. Ni la friega que te metes en el gimnasio. ¿Para qué tanto cardio, pesas y todo lo demás?; todo tu esfuerzo te lo vas a echar en uno de esos asqueropaninis”.
    Después de diez minutos, Gabriela llega a la mesa armada con ensalada y panini en mano. – ¿Qué tanto miras por la ventana María Fernanda?
    “Miraba sin ver. Bueno, sí estaba viendo, pero, más que ver me quedé pensando. ¿Te fijas en esos cerros? ¿Cuántos pobres vivirán ahí? ¿Cuántos años tendrá esa gente viviendo en esas minicasitas? Esos son los cerros de pobres de toda la vida. No me explico cómo los cerros están tan cerca de donde vivimos y nunca ha pasado nada. Apenas aquí sentada, me doy cuenta de toda la gente que vive ahí. Ha de ser súper feo vivir ahí. No puedo imaginarme viviendo ahí. ¿Ahí vive Juan verdad? Quizá viva en alguna de esas casas que están al lado de la verde con rojo, esa, la de la forma extraña. Creo que Juan no ha salido de pobre porque le encanta ser chofer; o, a lo mejor, era muy burro para la escuela; ¿o será porque prefiere vivir ahí y no estar lejos de la casa de su abuelo y sus papás?”
     
    Micaela y Esther:
    “Eh, mamá, ¿sí? ¿Entonces sí? No seas mala; si quieres lo compartimos. Los de la comida china siempre sirven un montón en el plato. Créeme que nos alcanza para las dos. Pedimos un plato combinado y listo. Mira, no está tan caro, vale 75 pesos y ya te incluye el agua fresca. ¿Sí?”
    – ¿En qué quedamos Esther? Dime, ¿en qué quedamos? ¿A ti no te importa verdad? Ya te había dicho que al cine o a comer, pero no se puede hacer todo bonita. Créeme que no tengo un árbol de hojas de billetes de cien y cincuenta. Decídete, ¿qué prefieres?
    “Prefiero, las dos cosas. Mira, te prometo que en el cine no me comeré nada; además, los boletitos serán de la promoción, esos del dos por uno. Mira, lo que íbamos a gastar adentro del cine lo gastamos aquí. Mamá por favor, amo la comida china. ¿Sí?”
    – La verdad es que no me encanta esta comida china, pero es cierto que de ese megaplato comemos las dos. Bueno pues, comemos aquí, pero, no-me-pidas-nada-en-el-cine. ¿Entendido Esther? Lánzate a ganar una de esas tres mesas que están viendo hacia el cerro; ¡apúrale porque parece que aquella muchacha va directo a una de ellas!
    Una larga hilera de cerros vestidos de casas desteñidas por el sol contrastaba con cientos y cientos de cuartos levantados con bloque y ladrillo. La explosión de colores hacía que el enorme ventanal que enmarcaba la serranía pareciera uno de esos pósters repletos de puntitos multicolores que al poco rato de verlos sin parpadear dejaba escapar un dinosaurio tridimensional.
    – ¿Qué es lo que ves?– preguntó Micaela a Esther, quien había quedado hipnotizada por unos cerros que parecían haberse tragado una culebra que forcejeaba en las entrañas de las interminables lomas multicolores.
    “Siempre que vengo aquí y veo los cerros, no me explico por qué en un mismo pedazo de la ciudad hay tantas casitas de pobres juntas y, a medio metro de ellas, está una de las colonias más fresas. O vives en el cerro, o vives en las megacasas, ¿te fijas mamá? ¿Por qué esos son tan pobres? ¿Tú crees que alguien de ahí pueda algún día pasarse al otro lado de la calle para vivir con los fresas?
     
    Leobarda y Kristel:
    “Amá, dígame qué vamos a hacer pues. Ya se nos pasó la hora desde hace mucho”-
    – Ya te dije Kristel que íbamos a comer en chinga, porque los guardias no nos dejan sentarnos a la hora pico; esta es la hora en que está toda la clientela esperando mesa. Mira, hasta el final, allá pegadito a las ventanotas hay una mesa desocupada–.
    “¿Cuál, amá? ¿La que está al lado del pilar?”
    – Sí, esa; la mesa que está al lado de la muchachita güerita; en esa no nos va a ver el supervisor. Vamos a comer rapidito, porque quiero terminar el turno para irnos a tiempo; no vaya a ser que se le ocurra al supervisor dejarme medio turno extra. En fin de semana la gente deja los baños todos batidos, y no me quiero quedar a limpiarlos. No traemos para el camión, así que tendremos que irnos a pie, y como ya están las nubes arriba del cerro, seguro va a llover, así que vamos a llegar a la casa con el lodo hasta las rodillas. Tampoco quiero que se me haga muy tarde porque sin luz, la policía no sube pal cerro, y me dan miedo los malandros que se ponen afuera de la tienda del Beto. ¿Ya ves? Eso te pasa por venirte conmigo al trabajo. Te dije que te quedaras en la casa.
    “¿Y qué me quedaba haciendo sola? De quedarme en la casa, mejor me vengo al fresquecito a comerme el lonche contigo”.
    @pabloayalae

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