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"Opinión"

"¿Unidad?"

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    La unidad no se decreta, se construye
     
    Desde diciembre del año pasado, pero con más énfasis en los varios mensajes dirigidos a la Nación a raíz del gasolinazo, el Presidente Peña Nieto ha mencionado la necesidad de la unidad. “Es un momento... que nos convoca a todas y a todos los mexicanos a actuar en unidad”; “si actuamos de manera solidaria y en unidad, habremos de superar cualquier escenario”; “2017 será un año de importantes retos ... para los que estamos preparados si los enfrentamos unidos”; “la unidad es el valor supremo que ha permitido a México ... afrontar con éxito los mayores desafíos de nuestra historia”; “tengo plena confianza en que, inspirados en nuestra unidad, México y los mexicanos estamos preparados para hacer frente a cualquier reto”; “la unidad está hecha de compartir valores profundos ... de mantener y desplegar los sentimientos de solidaridad que nos brindamos unos a otros, sobre todo en momentos difíciles”; “la solución está en nosotros ... en nuestra unidad”; “en unidad, estoy seguro ... podremos superar y vencer cualquier desafío”. 
     
    Desde luego que la unidad nacional es un ingrediente indispensable para la gobernabilidad tanto en circunstancias rutinarias como en aquellas que son excepcionales. Pero la unidad nunca es abstracta. Busca articular valores, convicciones u objetivos comunes, pero se convoca y materializa en torno a algo concreto: a una amenaza exterior, a un anhelo de independencia, a la amenaza de dispersión territorial de una nación o ante una emergencia de tipo económico o político que requiere del consenso y apoyo de la sociedad. 
     
    El llamado a la unidad del Presidente es etéreo. ¿A quién se convoca y para qué?, no lo sabemos. Además, es ficticio. No se puede convocar a la unidad sin tener un mínimo de legitimidad, credibilidad o, cuando menos, de confianza. 
     
    En el único momento en que el llamado a la unidad se dotó de algún contenido fue en la firma del Acuerdo para el Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía Familiar. Entonces se dijo que “el acuerdo que hoy suscribimos surge de un intenso y constructivo diálogo, con un objetivo que nos une: el de proteger la economía nacional y ...la economía de las familias mexicanas” y que el acuerdo firmado es “reflejo de esa unidad”. ¿De verdad?
     
    Una unidad artificiosa, aunque los que firmaron lo hicieron libremente. Una unidad con la estructura de representación de los años 60s en los que la ciudadanía era de baja intensidad y la prensa no era libre. Una unidad del viejo corporativismo que no incluye a la a las organizaciones de la sociedad civil organizada ya sean think tanks, academias o asociaciones de profesionistas. No sé cuántos obreros, campesinos y pequeños y medianos empresarios se sientan representados por las organizaciones firmantes pero sospecho que no muchos. De lo que sí estoy segura es de que las medidas ahí propuestas no tendrán la capacidad de paliar el descontento ni, tampoco, de aliviar la economía familiar. 
     
    No sé si en la Oficina de la Presidencia leyeron las encuestas del periódico Reforma o las de Ulises Beltrán (BGC) en este periódico, pero lo que ambas encuestas muestran es que la única y verdadera unidad que logró generarse fue aquella contra el alza de los precios en la gasolina.  BGC señala que 70 por ciento de los encuestados se sienten muy enojados y que 95 por ciento juzga la medida como “mala” o muy “mala” (advierto que si no en la forma sí en el fondo estoy de acuerdo con terminar con el subsidio a la gasolina y que el impuesto a las gasolinas es eficiente porque no hay manera de evadirlo).
     
    Esta unidad va acompañada por otra: aquella que genera el rechazo al Gobierno (alrededor de 80 por ciento) y, en general, a toda la clase política. Peor aún. La falta de unidad se agrava si volteamos a ver la división interna que reina en la mayoría de los partidos incluido el partido gobernante o la que se acaba de manifestar al interior de las cúpulas empresariales con la negativa de Coparmex a firmar el Acuerdo propuesto por el Gobierno o la que priva entre los gobernadores.
     
    No constato la falta de unidad con gozo o satisfacción. Pero hay que reconocerla y actuar en consecuencia. México está viviendo un proceso de desinstitucionalización y escepticismo conducente o cercano a la ingobernabilidad que no debe alegrar a nadie. El año 2012 y el Pacto por México eran superiores al año 2017 y el Acuerdo.
     
    ¿Qué pasó en estos más de cuatro años? Dos cosas. La absoluta ineficacia del Gobierno en cuanto a la mejora de los principales problemas que aquejan a la población y los altísimos niveles de corrupción, impunidad y abuso de autoridad registrados en este tiempo. 
     
    Al final, lo que pienso que está ocurriendo es que el enojo y malestar sociales se deben a que México ha sufrido una especie de privatización de la política. El Estado entendido como una empresa pública obligada a producir bienes y servicios sociales, a gestionar los intereses de los ciudadanos y a repartir las utilidades entre ellos se ha transformado en una empresa privada en la que sus dueños y directores -los políticos- la explotan para obtener utilidades y beneficios personales.

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