Viernes negro: preguntas a uno mismo
El Culiacán que juntos podemos salvar

OBSERVATORIO
    Desde esta hebra sería posible ir al centro de la madeja donde contribuimos como sociedad a normalizar la injerencia del narcotráfico y las consecuencias de éste en todos los ámbito del tejido social. Así como es colectivo el terror que experimentamos ante episodios de salvajismo hamponil, el más reciente referenciado como “viernes negro”, de la misma manera fingimos incapacidad para dimensionar la peligrosa cercanía por amistad, compadrazgo, negocios, familiaridad y simple apología con los jefes y servidumbre del narco

    Por supuesto que en la secuela de inseguridad que derivó de los hechos del 22 de marzo, con la operación delictiva que privó de la libertad a familias enteras en Culiacán, es importante también revisar la participación de nosotros, los sinaloenses, como entes pasivos o activos de la generación de violencia. Concediéndole enorme valor al argumento que postula la obligación fundamental del Gobierno de proteger la vida y los bienes de la población, igual existe una esencial cuota de intervención que las sociedades debemos aportar para la generación de paz y Estado de derecho.

    Sin menoscabo a la acción cívica que apunta hacia el Estado con el dedo acusador, estos días se prestan bastante para intentar la reflexión respecto al “yo ciudadano” fuera del prejuicio que asume la introspección como flecha envenenada que constituye autoinmolación. Preguntarse a uno mismo no da respuestas; proporciona las convicciones y arrestos para la enmienda desde lo individual, punto obligado para desde ahí partir a la acción colectiva rectificadora.

    Para empezar el ejercicio de autocrítica son significativas las respuestas a tantas preguntas sin resolver sobre qué motivó a la célula del narcotráfico que extrajo a 66 personas de sus casas, entre éstas mujeres, niños y adultos mayores; cómo fueron seleccionadas las familias sometidas al cruel arbitrio criminal; si la liberación de las víctimas fue una decisión planeada desde el momento de realizar las retenciones o la numerosa presencia de fuerza pública operó para regresarlas sanas y salvas y, la interrogante crucial, si este método de inducción al miedo les funcionó a los delincuentes que lo implementaron.

    Como ninguna autoridad atiende la dudas y tampoco los que sufrieron la violación de derechos constitucionales presentaron las denuncias correspondientes, es la conversación pública la que les da vuelo a versiones que intentan acercarse a realidades alternas que son las de sicarios del narco que reinventan escarmientos entre y para los suyos, e infancias, ancianos y mujeres que por tener algún pariente involucrado en actividades delincuenciales la pagaron sin deberla convirtiéndose en rehenes aquella madrugada espeluznante.

    Desde esta hebra sería posible ir al centro de la madeja donde contribuimos como sociedad a normalizar la injerencia del narcotráfico y las consecuencias de éste en todos los ámbito del tejido social. Así como es colectivo el terror que experimentamos ante episodios de salvajismo hamponil, el más reciente referenciado como “viernes negro”, de la misma manera fingimos incapacidad para dimensionar la peligrosa cercanía por amistad, compadrazgo, negocios, familiaridad y simple apología con los jefes y servidumbre del narco.

    ¿Es o no verdad que desde el núcleo hogareño cerramos los ojos frente al delincuente que entra desde diferentes formas de interés a nuestras casas y familias? Le damos la bienvenida a la prosperidad súbita de viviendas y camionetas de lujo, dinero para viajes y banquetes, indumentaria de oro y de crema de seda, más la estética buchona y la entelequia de un futuro que se cree esplendoroso, a pesar de que está a expensas de tragedias que hacen explotar la breve burbuja de fantasía sostenida en la atmósfera del autoengaño.

    Sabemos que alguno de los de casa integra la estructura hamponil desde la categoría de puntero hasta la jerarquía de jefe de plaza y los dejamos ser obsequiándoles el rezo o la bendición como último reducto de la resignación. Presenciamos la seducción del capo a una hija y en el entendido de que es un romance con la muerte la cedemos al predestino trágico. A veces hasta memorizamos las letras de narcocorridos que cantan los hijos sin atrevernos a indicarles la salida de emergencia de tal ruta a la enajenación criminal.

    Sí, hay que gritarles a las autoridades una y otra vez las omisiones, negligencias y tolerancias que ocasionan que los criminales se posicionen encima de instituciones y leyes, pero que la exigencia provenga de un ejercicio cívico auténticamente salvaguarda del orden constitucional, no del lavado de conciencia ni la evasión del mea culpa generalizado. Ese sentimiento de corresponsabilidad debe permanecer en al albedrío común porque hará posible que en vez de normalizar el efímero horror ante la violencia desbordada, empecemos a construir con el grano de arena de cada sinaloense el edificio indestructible de la paz sin adjetivos.

    El ataque a Culiacán da lugar al sentimiento unánime de pérdida no obstante que según la información oficial le costó la vida a un elemento de la Guardia Nacional y a las tres personas asesinadas en Badiraguato el 21 de marzo, hecho de sangre que supuestamente desencadenó la violencia en la capital del Estado. Y sí hemos perdido bastante: la tranquilidad, el derecho a la verdad oficial, la fe en las instituciones y funcionarios de seguridad pública.

    Y de entre esos quebrantos aún podemos recuperar la voluntad de sinaloenses que no se rindan frente a la fuerza del miedo. Ciudadanos, familias y conglomerado humano todo que le pongamos diques a la violencia desde el hogar y obliguemos al Gobierno a que en vez de explicar la acción brutal de crimen, la combata hasta anularla.

    Reverso

    Inquiramos a la conciencia,

    A la colectiva e individual,

    Si contribuimos a mayor violencia,

    Al asumirla como normal.

    Persiste la esperanza

    A partir del martes se sintió en Culiacán la recuperación de ambientes de tranquilidad que disuelven la congoja que tenía la población de si podría o no acudir a balnearios donde las familias conviven durante estos días de Semana Santa. Que esa paz que el Gobernador Rubén Rocha Moya garantizó a los vacacionistas en éxodo sea extensiva a lo largo y ancho de Sinaloa y se prolongue durante días, meses y años. Que los primeros vientos fríos de la primavera arrasen con la desconfianza en las autoridades de seguridad pública y con los fantasmas intimidantes que acompañan a la gente en el asueto.

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