Un noble pueblo de mar

    Mazatlán, como ciudad en crecimiento, debe consolidarse como un puerto franco para cualquiera que desee hacer de esta su casa. Incluso es deseable que los próximos gobiernos municipales incentiven formalmente la migración, mediante políticas y acuerdos binacionales que hagan accesible la ciudad, no sólo para los turistas, sino también para migrantes laborales, artistas, poetas, científicos, apátridas, perseguidos y refugiados. Mazatlán es un noble pueblo de mar que se enriquece con la cultura de todos.

    El espectáculo del eclipse expuso a Mazatlán como una ciudad abierta y hospitalaria, capaz de tomar un acontecimiento universal, enriquecerlo con sus tradiciones, para luego devolverlo al mundo en forma de fiesta, tambora y carnaval.

    Apenas una semana antes, el conflicto por la música de banda había mostrado que los mazatlecos también somos vulnerables a la oleada de patrioterismo chovinista que cunde como peste por todos los rincones del planeta.

    Hoy, en cualquier parte, el extranjero es visto de forma hostil. A los migrantes se les trata como intrusos, y a los turistas se les repudia por encarecer la vivienda y el costo de vida de la gente.

    Son los lastres de una globalización mal enfocada, que olvidó la noble tradición cosmopolita surgida en el mediterraneo entre los pueblos de mar dispuestos a extender los deberes de justicia más allá de sus fronteras.

    En esas tierras, y hace muchos años, a Diógenes el Cínico le preguntaron de dónde era, y el respondió con una sola palabra: Kosmopolites, “ciudadano del mundo”, rechazando así, la invitación a definirse por su estirpe, su ciudad, su clase social o su condición de hombre libre.

    Como noble pueblo de mar, Mazatlán tiene una tradición cosmopolita. Para el Siglo 19 la diversidad de su población hizo que esta pequeña ciudad frente al Pacífico estuviera ya desde entonces representada por un gran crisol humano.

    “Todos vinieron a Mazatlán en aquel tiempo, no sólo norteamericanos, sino también los británicos, alemanes, rusos y franceses. La ciudad era conocida por su entorno hermoso, sus atractivos edificios, banquetes elegantes, magníficos bailes y magníficas mujeres”, escribió Herman Melville en su novela autobiográfica.

    A los puertos el cosmopolitismo no les perjudica su identidad autóctona, por el contrario, los enriquece debido al sincretismo cultural. Así lo revelan las costumbres, la música, la gastronomía y la arquitectura de estos lugares donde la libertad y la tolerancia impulsan la innovación.

    Habrá quienes busquen blanquear el cosmopolitismo mazatleco por las raíces germánicas y eslavas de algunas familias que ayudaron a conformar las primeras industrias de la localidad. Nada más alejado de la realidad, la migración al puerto fue mucho más rica y diversa.

    En la novela, “Tu nombre en chino”, por ejemplo, el escritor Juan Esmerio Navarro narra el fascinante encuentro de dos culturas, una milenaria y otra apenas en formación, tras la nutrida llegada de emigrantes chinos al noroeste mexicano, luego de los tratados de amistad, comercio y navegación que Porfirio Díaz firmó con el imperio chino en 1899.

    En años recientes, el origen puramente europeo de la banda sinaloense también ha sido objeto de disputas. Historiadores nayaritas ponen en duda la tesis de Helena Simonett, y reclaman como suya la herencia de las primeras orquestas de viento que, según esta nueva versión, llegaron a Sinaloa desde Acaponeta, de donde era originario el maestro Alejandro Díaz, quien estableció la primera escuela de banda en el poblado de Concordia.

    Pero, cualquiera que sea su origen, es indudable que la música de banda es una exportación que anidó en Mazatlán mejor que en ningún otro lugar, porque aquí había un ánimo festivo y liberal que encontró en el trombón, el clarinete y la tambora el ritmo que mejor expresaba la soltura del cuerpo que provoca la cerveza durante las fiestas del carnaval.

    Así pues, antes como ahora, el multiculturalismo mazatleco debe entenderse en toda su amplitud, y al aporte de canadienses y estadounidenses hay que sumarle y valorar la contribución cultural de las poblaciones que recientemente llegan del Caribe, de Sudamérica y del sur de nuestro propio País.

    Mazatlán, como ciudad en crecimiento, debe consolidarse como un puerto franco para cualquiera que desee hacer de esta su casa. Incluso es deseable que los próximos gobiernos municipales incentiven formalmente la migración, mediante políticas y acuerdos binacionales que hagan accesible la ciudad, no sólo para los turistas, sino también para migrantes laborales, artistas, poetas, científicos, apátridas, perseguidos y refugiados.

    Mazatlán es un noble pueblo de mar que se enriquece con la cultura de todos.

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    jorge.ibarram@uas.edu.mx

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