Sociedad civil: no falta construir ideas, falta hacer política

    La clase política invierte cada vez más en convencer y al menos en estos temas cada vez menos en la difícil tarea de idear las mejores políticas públicas. La sociedad civil lo hace al revés, dedicando un montón de recursos a la propuesta y muy pocos -a veces nada- en aprender a convencer.

    @ErnestoLPV
    Animal Politico / @Pajaropolitico

    Durante los últimos dos años, en decenas de eventos con personas de la sociedad civil (academia, periodismo, organizaciones) he venido insistiendo en una hipótesis que, según me han respondido, parece validarse en la experiencia de al menos una proporción importante de este sector. Propongo asumir que a la sociedad civil no le faltan propuestas en su intención de incidir, pero sí le hace falta madurar sus competencias para construir estrategias políticas de incidencia.

    En particular me refiero a la parte de la sociedad civil que viene trabajando desde hace décadas en actividades asociadas a la seguridad, la justicia y la construcción de paz desde un enfoque de derechos humanos.

    Yo llegué a la investigación aplicada en seguridad ciudadana y policía en 1990; a mediados de esa década comencé a publicar y era casi imposible encontrar materiales asociados a esos temas. Pero en tres décadas la producción de investigación ha sido descomunal, incrementándose en particular la última década. Hoy podemos afirmar que la paradoja es evidente: hay más investigación y propuestas de mejora en políticas públicas que nunca antes y a la vez las violencias, la delincuencia y la impunidad pasan en muchos sentidos por su más grave deterioro.

    De cara a las elecciones del 2024 la paradoja es muy ominosa porque me hace pensar que, de seguir haciendo lo mismo, iremos a un sexenio federal más de descomposición, barbarie y desgarramiento civilizatorio, mientras continúa expandiéndose la plataforma de estudios e ideas disponibles para cambiar la historia.

    No quiero decir que no existen afortunadas experiencias de construcción de alternativas con actores oficiales e independientes trabajando hombro con hombro; me ha tocado vivir algunas de ellas y sé que las hay en muchas partes de México, en especial con gobiernos municipales. Pero el saldo grueso es devastador, por ejemplo, cuando vemos que 31 de 40 delitos del fuero común han crecido en esta administración. No me detendré aquí en el recuento del desastre, solo agregaré que somos el octavo país con la tasa más alta de homicidios violentos en el mundo.

    Me dijo hace muchos años el entonces director de una de las organizaciones más prestigiadas: “las buenas ideas no son suficientes”; en efecto, bien morritos que estábamos y ya lo aprendíamos al darnos cuenta que no importaba cuántas propuestas lleváramos a gobiernos diversos y tampoco importaba qué tan profunda y ampliamente habían sido fundamentadas, de todas maneras, casi siempre nos topábamos con pared.

    No creo que las buenas ideas estén siempre del lado de nadie, más bien estoy convencido de que las buenas ideas ciertamente pueden venir desde cualquier lugar, pero son mucho más posibles cuando son producto del diálogo entre diferentes perspectivas. Y justo hay dos cosas que no pasan o casi nunca pasan en seguridad, justicia y paz: la construcción de ideas y su comprobación a través de la coproducción entre actores oficiales e independientes.

    Entonces somos testigos de la creciente acumulación de ideas y propuestas producto de la investigación basada en evidencia a cargo de la sociedad civil, pero casi nunca logramos su apropiación, implementación y mejora a manos de las autoridades (vale enfatizar que, al menos en mi experiencia, esas propuestas generalmente no son contrastadas con otras oficiales también fundadas en teorías y métodos rigurosos).

    Cabe afirmar, ante la descomposición estructural y crónica del estado, que muchas veces los límites a la incidencia pueden estar en la operación de grupos de interés que están protegiendo parcelas de mercados criminales altamente rentables, capturando porciones institucionales cuyas dimensiones son desconocidas. Y lo anterior coexiste con otros potentes incentivos para la resistencia al cambio, comenzando por lo más elemental: el dominio del efecto inercial que reproduce los cotos de control, en este caso haciendo parte de las operaciones institucionales ordinarias.

    Si las ideas siguen fluyendo, pero la resistencia sigue en muchas partes intacta o incluso se fortalece, entonces la pregunta para la sociedad civil ya no debe ser sobre las ideas sino sobre sus competencias para idear estrategias políticas de incidencia. Si esta hipótesis es válida, entonces seguir produciendo sólidos documentos con cada vez más y mejores propuestas, y no multiplicar el esfuerzo para responder cómo convencer para influir en las personas tomadoras de decisiones y en la sociedad misma, puede ser cada vez más “una pérdida de tiempo”.

    La clase política invierte cada vez más en convencer y al menos en estos temas cada vez menos en la difícil tarea de idear las mejores políticas públicas. La sociedad civil lo hace al revés, dedicando un montón de recursos a la propuesta y muy pocos -a veces nada- en aprender a convencer.

    Así pues, acaso no le faltan ideas a la sociedad civil, lo que le falta es hacer política.

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