¿La delincuencia organizada vota primero?

    La expectativa puesta en que la persona que gane la Presidencia encabece decisiones y acciones de Estado a favor de la seguridad, la justicia y la paz se desfonda cada día cuando la clase política está a la cabeza de la siembra de conflicto y divisiones. Y las campañas son eso en buena medida: lamentables espectáculos polarizados y polarizantes que ahondan enconos y odios y así nos alejan aún más de la acción colectiva

    Si las elecciones del 2024 no funcionan para dar un salto cualitativo monumental en las políticas públicas federales en seguridad, justicia y construcción de paz, entonces en seis años estaremos relatando ya no tres sino cuatro sexenios de tragedia. No es difícil anticipar la prolongación de la barbarie si el sexenio 2024-2030 sigue los conocidos patrones de comportamiento del Estado mexicano. Dicho de otra manera, si la próxima Presidencia no tiene claro que en muchos sentidos lo único que está claro es cómo no hacerlo, entonces la pesadilla continuará.

    Ya no sólo se trata de si México pierde cotidianamente porciones crecientes del control formal sobre mercados legales y territorios, a la vez que tolera la reproducción desorbitada de mercados ilegales asociados a la violencia armada y altísimas tasas de rentabilidad económica, además nuestro País exporta grupos de delincuencia organizada y saberes “profesionalizados” de violencia atroz hacia la región latinoamericana, como me lo acaban de explicar a profundidad en Ecuador.

    Ya podemos decir, por lo pronto, que ni las candidatas ni el candidato hicieron la tarea de analizar y recoger las oportunidades de la justicia transicional, paquete de medidas extraordinarias diseñadas específicamente para remontar escenarios extraordinarios, siendo que es contrario a la razón esperar que nuestras instituciones ordinarias nos darán la salida. Esto ya es una noticia gravísima, pero podrían venir aún peores, por ejemplo, la continuidad de la pinza política y social que aplaude el despliegue militar sin poder comprobar que funciona para construir seguridad, justicia y paz.

    Mal hacen hoy -y siempre- quienes insisten en aligerar el diagnóstico con demagogia maniquea que sólo divide más; les tengo noticias: nada de lo que haga quien gane será suficiente si no convoca a la participación de quien pierde la elección; México se hunde en esta pesadilla de violencias impunes en parte justamente porque la política divide mucho más de lo que teje.

    La expectativa puesta en que la persona que gane la Presidencia encabece decisiones y acciones de Estado a favor de la seguridad, la justicia y la paz se desfonda cada día cuando la clase política está a la cabeza de la siembra de conflicto y divisiones. Y las campañas son eso en buena medida: lamentables espectáculos polarizados y polarizantes que ahondan enconos y odios y así nos alejan aún más de la acción colectiva.

    Sumen ustedes: campañas sin ideas nuevas, creativas, valientes e innovadoras, mientras hay organizaciones delictivas que al parecer votan antes; es decir, aplican filtros previos al día de la elección que pueden ser a veces visibles asesinando a personas candidatas o de su entorno profesional y personal más cercano, o bien, en una dimensión que no sabemos, a través de candidaturas e integrantes de futuros gabinetes impuestos por la fuerza, pero sin disparar una sola bala.

    Las campañas no podían ser diferentes al País: la impunidad casi absoluta es la misma afuera y adentro de ellas, de manera que los ya sabidos incentivos para la violencia homicida pueden incluso ser mayores en las campañas, en tanto se puede estar disputando en más y más lugares la instalación de bolsas territoriales de gobernanza criminal.

    No es una campaña más; han sido tres sexenios desastrosos en medio de la epidemia de violencia homicida y se cumplen 30 años de un Sistema Nacional de Seguridad Pública que ha estado demasiado ocupado haciendo política -la que sea- y no ha tenido tiempo para crear ni siquiera la más básica plataforma de buenas prácticas en seguridad, justicia y construcción de paz.

    Por un lado, me gustaría en verdad entender cómo piensa gobernar con estas instituciones la persona que llegue a la silla. En serio, fuera de reflectores, lejos de la demagogia, con la cabeza fría y el mejor discernimiento posible, ¿cómo? Pero por otro lado prefiero no saberlo porque es probable que, en el fondo, no lo saben. La ausencia a esta altura de una idea al menos interesante para reconstruir las fiscalías bien podría ser suficiente señal de esto.

    Y pienso que, bajo estos patrones de comportamiento del Estado, con estas instituciones, al final, ¿quién sabría?

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